En plena campaña de la renta, y con las dudas que levanta el actual sistema de pensiones, los planes de pensiones pasan al primer puesto de la actualidad. Sin embargo, a pesar de los que muchos creen, no son la única manera de ahorrar para la jubilación.
Un plan de pensiones es un sistema de previsión voluntario que se configura como complemento del sistema público de pensiones. Estos pueden ser de varios tipos según atendamos a quién lo promueve: en esta caso pueden ser de empleo (si está promovido por una empresa como complemento salarial o beneficio social), asociado (si lo promueve una asociación para sus socios, por ejemplo, un colegio profesional) o individual (si una persona a título particular decide contratarlo).
Aprovechando las fechas, muchas personas hacen balance de la rentabilidad acumulada y las alternativas a las que podrían cambiar. A la hora de analizar cuál es el tipo de producto que más me conviene, hay que tener en cuenta una serie de aspectos:
· Los planes de pensiones son, por definición ilíquidos. Solamente se puede disponer de ellos en cuatro supuestos: jubilación, fallecimiento, dependencia severa o invalidez. Además, hay otros dos supuestos extraordinarios, el desempleo de larga duración y el de enfermedad grave. Además, la última reforma fiscal establece poder rescatar las aportaciones con 10 años de antigüedad, siendo 2025 el primer año que en que se podrá hacer.
· Diferimiento fiscal: la ley actual nos permite desgravarnos el menor de 8.000 euros o el 33% de nuestros rendimientos en la base general. A cambio, en el momento del rescate deberemos tributar en la base general tanto lo aportado como la rentabilidad generada.
· Gestión profesional: Los fondos de pensiones son gestionados por equipos, los cuales deciden las inversiones, respetando la política de inversión del plan.
· Flexibilidad en las aportaciones: podemos establecer las aportaciones a gusto del participe (mensuales, trimestrales, anuales), siempre sin superar el límite de 8.000 euros anuales. Incluso podemos paralizar las aportaciones.
Una vez conocidas las características, toca elegir que plan es el que más me conviene. Para ello, hay que tener en cuenta los siguientes aspectos:
· Horizonte temporal. Para maximizar el binomio-rentabilidad riesgo, en primer lugar, debemos establecer cuando vamos a necesitar el dinero. Este no se refiere a los años que nos quedan para jubilarnos, sino al periodo hasta que vaya a necesitar el dinero. Si el lector, a pesar de haberse jubilado, dispone de dinero suficiente puede mantener su plan de pensiones trabajando. Incluso si aún no ha dispuesto del dinero por la contingencia de jubilación, este puede seguir aportando y rescatarlo cuando desee.
· Al ser un producto a largo plazo, debemos exigirle rentabilidades superiores al 6% (media de la bolsa a largo plazo). Por ello es recomendable que, siempre que el periodo hasta que tengamos pensado rescatarlo sea superior a 5 años, nuestro dinero esté invertido al 100% en renta variable. A medida que este horizonte se reduzca (el plazo sea inferior a 5 años), deberíamos moverlo primero hacia un plan mixto para terminar en uno de renta fija o monetario cuando el rescate sea inminente.
· Analizar las bonificaciones por traspasos. Aprovechando la campaña, las compañías suelen sacar incentivos y bonificaciones por traspasar a su entidad el fondo. Debemos analizar la contrapartida: periodo de permanencia, rentabilidad media que dicha gestora ha venido ofreciendo, etc.
Hay que tener en cuenta que el plan de pensiones no es la única vía para asegurarnos una buena jubilación. Los fondos de inversión, los PIAS (Plan Individual de Ahorro Sistemático), los seguros de jubilación, etc. Todos estos también pueden ser buenos productos para complementar la pensión pública. Indiferentemente del producto, la clave está en contar con un ahorro. Ya que dado el mal horizonte del sistema de reparto, esto se hace imprescindible para disfrutar de un buen retiro.