Como ya sabemos, el ratio de productividad, relaciona el volumen de productos obtenidos a lo largo de un periodo de actividad determinado, con el volumen de factores empleados. Pero este dato difícilmente podremos extraerlo de la contabilidad financiera, ya que los factores, insumos o inputs, son variables que tienen que ver con los costes y no todos ellos aparecen identificados en una cuenta de resultados. Ya que, por otra parte, los costes no son iguales a los gastos.
Desde este punto de vista, la contabilidad no es totalmente perfecta (tampoco hay nada perfecto en la vida real), pero sí es verdad que, a pesar de todos los cambios y avances continuos que se dan en el ámbito contable, siempre se pueden encontrar lagunas o ciertos aspectos susceptibles de mejora. Uno de ellos es, por ejemplo, el tratamiento de la inflación y su posible incidencia en los resultados reales de una empresa. Y otro puede ser la medición de ciertos aspectos no financieros (la calidad de un producto o servicio, la eficiencia de una actividad, el valor real de un fondo de comercio, etc.).
En este artículo nos centraremos solo en uno de esos aspectos, que es la relación entre la productividad y en si realmente a través de la contabilidad financiera se puede medir este ratio. O cuando menos, los datos contables nos ayuden a interpretar su variación, ya sea positiva o negativa.
Podemos comenzar fijándonos en una de las partidas más importantes del activo de una empresa: las existencias. Parece que, según la contabilidad, esta partida del activo corriente me ayuda a mejorar mis ratios de capital circulante y de solvencia a corto plazo (activo corriente- pasivo corriente) y (activo corriente / pasivo corriente), respectivamente. No obstante, una de las políticas más conocidas para incrementar la eficiencia de una compañía fue la denominada “just-in-time”, surgida en los años 80 y que hoy en día todavía se aplica en determinados sectores. Pues bien, si una empresa reduce sus stocks con el fin de mejorar su eficiencia, estaría empeorando esos mismos ratios en su contabilidad financiera. Lo cual demuestra una incongruencia entre la búsqueda de una gestión más competitiva y la contabilidad.
Otra divergencia que nos podemos encontrar es cuando en una empresa se consigue reducir el tiempo en realizar una tarea determinada; este hecho, por supuesto, supone una mejora de la productividad, ya que el factor tiempo en el denominador disminuye, pero como la cuenta de resultados nos informa solamente de gastos de personal, si el sueldo de los operarios de ese departamento o sector no ha variado, porque lo normal es que sea una cantidad fija, vemos que la contabilidad no me está informando de esa mejora en la gestión.
Tampoco es posible extraer, a partir de los datos contables, la posible existencia de un “cuello de botella” en alguna parte de la empresa, ya sea sección, producto o actividad. Otro caso que nos podemos encontrar es el de una empresa que ha conseguido eliminar su porcentaje de rechazos de un producto a través de un programa de mejora de calidad. Esa mejora en su eficiencia solo se verá reflejada en la contabilidad si se consiguen vender más unidades del producto; además, si gracias a esa mejora en la fabricación de ese producto, somos capaces de liberar recursos para producir otro artículo, tampoco aparecerá reflejado en nuestra contabilidad, porque solo veremos la partida total de gastos generales de fabricación.
El problema puede estar en que la contabilidad general no tiene en cuenta la generación de valor a partir de la diferencia entre inputs-outputs, tan solo se fija en la diferencia aritmética entre ingresos y gastos, lo cual dificulta enormemente la medición real de la productividad. La periodificación entre los resultados obtenidos (outputs) y los insumos utilizados (inputs) no siempre tiene correlación con la periodificación de los flujos entre ingresos y gastos que establece la contabilidad financiera. Por ejemplo, suponemos que los gastos de mano de obra, energía, etc…y en general los gastos indirectos permanecen constantes a lo largo del tiempo, pero realmente no sabemos cuántos de esos gastos deberemos imputar exactamente a un producto o servicio (output) concreto.
En varios artículos se ha comentado que en la última reforma de nuestro Plan General Contable se ha dejado a un lado la denominada Contabilidad de Costes, o Contabilidad de Gestión en un sentido más amplio. Es verdad que es una contabilidad de ámbito interno, cuyos interesados son los propios gerentes de las empresas, pero también es cierto que, al igual que en la memoria anual se exige cada vez más información (incluyendo hoy en día, por ejemplo, el número de empleados y su variación por categorías), sería deseable incluir algún dato que nos ayudara a conocer la productividad de nuestras empresas.
Gracias a ello se podría comprobar, para cada sector, si nos encontramos o no por encima por encima de la media. Y sería un aliciente para que los directivos o los propietarios de las empresas incluyeran medios, esfuerzos o medidas correctoras con el fin de ser cada vez más eficientes.