El estrés es uno de los conceptos más demonizados en nuestros días. Cosa que ni entiendo ni comparto. El estrés es sinónimo de vida. Todas las células de nuestro sistema corporal necesitan de esta fuerza motora para moverse, para mejorar, para cambiar y para vivir.
El estrés es el ingrediente esencial para que la vida exista tal y como la conocemos. Por eso, cuando se ataca indiscriminadamente a este término, mi mente salta en su defensa. El estrés no es nuestro enemigo. Es una fuerza que nos incita a seguir hacia adelante. El problema está en la mala gestión de esa fuerza que, en muchas ocasiones, no sabemos aprovechar. No es cuestión de eliminar el estrés. Es cuestión de aprender a canalizarlo para que genere mejoras en nuestras vidas. Hay muchas profesiones relacionadas con nuestra carrera que están ligadas con un nivel de estrés elevado. Es cuestión de cada uno saber qué hacer con esos niveles.
Algunos lo verán como una oportunidad que les permitirá florecer y mejorar. Otros conseguirán que les acabe sobrepasando y destruyendo. Por eso, el título del artículo incluye una palabra clave y muy bien conocida por cualquier economista: gestión.
El estrés existe (es necesario); es una variable básica para la vida. No es cuestión de acabar con esta variable (que por otro lado acabaría con la vida). Lo que sería inteligente hacer es aprender a gestionarla para que juegue a nuestro favor. El estrés es un arma y, como cualquier tipo de arma, puede servir para ayudar o para destruir.
Mi enfoque personal sobre ello está muy bien definido; La clave del problema reside en que el punto de equilibrio sobre esta variable está descompensado. Existe un exceso de estrés que no somos capaces de canalizar de manera óptima para sacarle el rendimiento adecuado. Tenemos una fuerza que puede jugar a nuestro favor si la utilizamos de manera eficiente, pero debemos aprender a hacerlo para que no se nos vuelva en nuestra contra. Esto último es tan sólo una oportunidad, una posibilidad. Podemos aprovecharla o podemos no hacerlo y dejar que nos destruya. Como economista y amante de la vida no se me ocurre otra frase mejor para cerrar el artículo: ¡Larga vida al estrés!