Tras la última gran depresión ocurrida en el año 2008, un clamor popular se ha levantado en aras de exigir una mayor regulación financiera que termine con toda crisis financiera habida y por haber. No solo esto, sino que además muchos se aventuran a afirmar de manera rotunda que el sector financiero es un sector completamente desregulado y que no lleva consigo ningún tipo de supervisión por parte de los políticos y otros órganos reguladores.
Nada más lejos de la realidad. El sector financiero es el sector más y peor regulado de todos los sectores económicos. Esto se debe a que la regulación actual no solo se excede en cuantía, sino también en complejidad. El alto nivel de conceptos interrelacionados incluidos dentro de las nuevas normativas no hacen más que entorpecer la actividad bancaria y provocar efectos colaterales no analizados por los reguladores que pueden acabar en consecuencias peores de las que se trataron de evitar desde el principio. Tras la creación de Basilea I, llegó Basilea II, y posteriormente su tercera edición con Basilea III. Todos ellos prometían acabar con los movimientos cíclicos de una economía. Y todos ellos, hasta ahora, han acabado fracasando en su esperanzadora misión.
Más allá de los efectos que la regulación pueda tener o no sobre la salvaguarda de las economías globales, se debe tener en cuenta otro factor altamente importante para el desarrollo de cualquier mercado: la facilidad para crear o destruir empleo. No es casualidad que el top 10 de países con mayor facilidad para crear empresas se encuentre también dentro de la lista de los países más prósperos.
En la actualidad, la llegada de MiFID II tras el fracaso de su predecesor, ha traído consigo un escenario de alta incertidumbre regulatoria que paraliza y expulsa diferentes proyectos de inversión planeados por los intermediarios financieros. Muy especialmente aquellos que tienen como objetivo principal en la empresa la compra y venta de productos financieros. Gran parte de los recursos de los que disponían las entidades financieras se han tenido que destinar, no a la innovación o la creación de valor, sino a tratar de comprender como afectará cada uno de los nuevos términos que en esta enciclopedia regulatoria quedan plasmados con o sin motivo.
Nadie aquí está negando que una regulación clara, básica y fundamentada no sea necesaria. Pero queda probado históricamente como en innumerables ocasiones las diferentes regulaciones acaban sirviendo no para el interés general, sino para el lucro propio. Más importante es entonces disfrutar de unos fundamentos éticos fuertes, valiosos y fundamentados que nos marquen como poder actuar en cualquier situación del día a día sin necesidad de acudir a un reglamento interminable.
Fue el autor francés Frédéric Bastiat quien ya se adelantó a todo lo comentado anteriormente diciendo: “La ley se ha pervertido bajo la influencia de dos causas muy diferentes: el egoísmo carente de inteligencia y la falsa filantropía.”