Comienza el curso académico, que no el político (al menos en España), y con el mismo comenzamos también el análisis semanal de lo que está por venir y de todo aquello que ha sucedido en el mes de agosto.
Si en algo tuviéramos que fijarnos y hacer hincapié de lo sucedido en el pasado mes, sin ninguna duda sería la noticia de la deuda pública española que se situó en el segundo semestre de 2016 en 12.148 millones de euros. Lo que hace que en su totalidad ascienda a los 1.107.287 millones. Con respecto al PIB (Producto Interior Bruto) esto supone el 100,90% y, comparado en valores absolutos con respecto al mismo periodo del 2015 ha supuesto un incremento de 50.084 millones de euros. Si estos datos macro los hacemos terrenales para su comprensión se podría hablar de que la deuda per cápita en España, en el segundo trimestre de 2016, fue de 23.800 euros por habitante.
Es bueno, llegados a este punto, que recordemos que según la Real Academia Española, la palabra deuda se define como la obligación que alguien tiene de pagar, satisfacer o reintegrar a otra persona algo, por lo común dinero. Y digo que es bueno porque quizá la abstracción de la definición pura de un concepto no da pie a interpretaciones vagas y altruistas.
También es bueno que cuando hablemos de deuda unamos directamente este concepto al de futuro. Y es que, sin ir más lejos, Herbert Hoover (trigésimo primer presidente de los Estados Unidos) ya decía allá por 1929 y en pleno Crac del 29, “Benditos serán los jóvenes, pues ellos heredarán la deuda nacional”.
Una vez hechas las interpretaciones, y con la idea clara de un futuro mejor para nuestros jóvenes, estamos en disposición de observar lo que económicamente, y a grandes rasgos, supone el déficit presupuestario. Si no fuéramos rigurosos y no tuviéramos en cuenta aspectos como problemas de medición la inflación, los activos de capital, los pasivos no contabilizados y los distintos ciclos económicos, podríamos definir rigurosamente el déficit presupuestario público como el gasto público menos los ingresos del Estado. Lo que es igual a la cantidad de nueva deuda que necesita emitir el Estado para financiar sus operaciones.
Por tanto, podríamos entender que para reducir el déficit público lo que deberíamos hacer es: o bien incrementar los impuestos, o bien reducir el gasto público (ambas medidas muy controvertidas y discutidas a lo largo de los tiempos por los economistas más relevantes). Sin embargo, son muchos los economistas que profundizan en el razonamiento para intentar buscar soluciones congruentes.
Una de las corrientes más controvertidas y que yo les expongo para abrir debate es la del excesivo envejecimiento de la población. El razonamiento parte de la idea de que los jóvenes son los que soportan impuestos y la población ya envejecida, y de manera justa, son los que disfrutan del aporte que dichos jóvenes realizan a las arcas públicas. Obviamente, si los jóvenes, por las poco eficientes políticas de natalidad entre otras causas, cada vez son menos, nos encontraremos con una menor recaudación de impuestos; por otra parte, si las cada vez más vanguardistas técnicas médicas hacen que nuestros mayores gocen de una prolongada senectud, nos encontraremos con un gasto mayor.
El cómo equilibrar esta situación desde luego no debe estar en manos de alguien que a estas alturas se plantea si la deuda pública es buena o es mala en términos económicos. La respuesta, sin duda, le corresponde a aquellos que van un paso más allá en sus conclusiones.
Para la semana que entra, Mark Carney (gobernador del Banco de Inglaterra) nos hablará el miércoles de inflación para que al día siguiente Mario Draghi deje los tipos de interés de la Zona Euro en el 0,00 %.
Sin que la semana, a priori, nos vaya a aportar alguna noticia más a destacar, sí que me gustaría prevenirles de un más que posible incremento en la Balanza comercial China.